Sí tu me dices ven lo dejo todo.
Cantando en la ducha Mónica empezó ese día. Sin saber como, el agua tibia y el bolero desafinado y con la letra medio inventada, vinieron a ser un extraño sortilegio, que se llevó los malos augurios con los que se había levantado.
Llevaba ya mucho tiempo sin levantar cabeza. Su espejo se había empañado, era opaco y se desdibujaba su perfil, así se veía y no sólo por los vapores del baño. Curiosamente, la letra del bolero que entonaba venía a resumir su historia más que de amor de desamor.
Efectivamente lo dejó todo, se dejó incluso a sí misma.
Hacía un día fresquito y al salir a la calle, por un lado agradeció la brisa que acabó de despejarla y la ayudó en su recién estrenada actitud de plantar cara, y por otro sintió la necesidad de arrebujarse en su bufanda.
El paso ligerito no le impidió escrutar con la mirada a las pocas personas con las que se cruzaba, anhelando miradas nuevas y aprobatorias como adivinando su nueva visión de las cosas.
Le dejaría, así simplemente, le dejaría.
Y no obstante, él se había convertido en parte de su alma, ya nada le conformaba si no estaba junto a él.
Cogió el metro y su decisión se iba diluyendo, porque era , aunque no quisiera, esclava de sus ojos juguete de su amor.
Pero sí, tenía que decidirse, aquello no era vida. Recordaba el día que él le dijo: Eres la culpable de todas mis angustias, de todos mis quebrantos, llenaste mi vida de dulces inquietudes y amargos desengaños.
Miró la hora y tuvo que acelerar el paso, llegaría tarde al trabajo y el mal humor aumentaría los pensamientos grises.
Reloj no marques las horas porque voy a enloquecer, me iría para siempre cuando amanezca otra vez.
Bueno, sólo cinco minutos tarde, parece que nadie se ha fijado. Menos mal.
Se instaló ante el ordenador, pero su cabeza seguía en su duda personal. Ella le había dicho que le abrazara lo mismo que la hiedra, y sin que nada le entregara él, ella su vida le entregaría.
Y, sin embargo, la indignación le hizo enrojecer hasta las orejas cuando le vino a la mente su último vaticinio:
Mía, aunque tú vayas por otro camino y que jamás nos ayude el destino, nunca te olvides, sigues siendo mía. Aunque con otro contemples la noche y de alegría hagas un derroche, nunca te olvides sigues siendo mía.
Tenía que apagar ese loco amor, que más que amor es un sufrir, aunque quizás más tarde sentiría nostalgia de escuchar su risa loca y sentir junto a su boca, como un fuego su respiración. Sentiría la angustia de sentirse abandonada y pensar que otra a su lado pronto le hablaría de amor.
En estas cábalas estaba Mónica, cuando oyó la voz de su jefe Ramón y con un sobresalto cayó en la cuenta de que estaba en la oficina y se volcó sobre el teclado.
Su cabeza seguía en clave de bolero. Sin pensárselo más se levantó en busca de su amiga Patricia.
- Patricia hoy tú y yo nos vamos a bailar.
EN MEMÒRIA D’UNA SOBIRANA (2)
Hace 16 años