Me llamo Miguel y soy, bueno, fui pescador. Lo sigo siendo porque esta profesión imprime carácter como ninguna otra. Por siempre el olor del mar por siempre el verde-azul o azul-verde en mi mente, en mi pensamiento, en mí….impregnando mi vida.
Salgo de casa al alba y percibo en todas las fibras de mi ser, con sólo una mirada al infinito, si el día va a ser soleado….o turbio, o ventoso. Si las nubes se van a pasear, juguetonas, escondiendo a ratos el sol. También observo el mar en lontananza y me voy dando cuenta de su estado de ánimo. A medida que me acerco, él, soberano absoluto, me va a comunicar si hoy me va a permitir coger mi barca, Teresa, y salir a trabajar.
No, Miguel. Recuerda. Teresa está varada en la arena desde hace unos cuantos años, y tú sólo te acercas a la playa a pasear y a recordar. Sobre todo a recordar. Contemplo, acaricio con la mirada a Teresa. Compañera fiel, constante, resistente pese a su fragilidad. Aquí permanece, a mi lado. Nadie diría que contiene, recipiente blanco y transparente, los avatares de toda una vida. Hemos luchado juntos contra vientos sorpresivos, contra turbulencias profundas. Eso sí, la he cuidado como nadie. Cuando el mar no me ha dado su permiso para faenar, me he dedicado a calafatear sus pequeñas y grandes heridas. A reavivar sus magníficos colores. Su blanco luminoso y sus líneas verdes y anaranjadas.
Aquí están las redes que han pasado mil veces por mis manos. Las he remendado una y otra vez, dando rienda suelta a mis pensamientos. Sólo así, al ritmo de las olas, al ritmo de las manos, el alma se serena. Acoplando el vaivén, mente y espíritu descansan en la arena de la playa como el borde nacarado de la ola reciente.
Nunca, nunca he planeado mi vida.¿ Para qué?....Mi vida, siempre ha estado a merced del mar, de las nubes, del levante. De temporales y calmas que se han sucedido a lo largo de los años. En realidad como la vida de todos, aunque, vanidosos, estemos convencidos de lo contrario.
Mis amigos de siempre, los gatos portuarios, a los que he alimentado durante años y que sigo alimentando aunque estos ya sean los hijos de los hijos. Silenciosos compañeros que han adquirido un pelaje uniforme con el entorno, acorde con su alimentación. De color gris verdoso, semejante a los restos de pescado que engullen apresuradamente sin dejar de vigilar fieramente a sus vecinos. Me aman, lo sé….aunque permanezcan a una distancia expectante. A una distancia suficiente como para captar mis pensamientos, mis efluvios amistosos. Sabios como nadie, reconocen a través de vete a saber que telepáticas señales, mis momentos de paz y recogimiento. Intuyen mi llegada mucho antes de que aparezca y permanecen cual esfinges, cada uno en su pedestal, exhibiendo su majestad inalterable con la seguridad de ser atendidos sólo por el hecho de ser quienes son. Jamás se humillan, aceptan el fluir de la vida, lo que les depara el hecho de estar aquí y ahora. Si es día de pesca se come y si no es así, se duerme. Como yo, tienen por dueño al mar, y sólo si él lo permite la vida sigue su curso.
Es justo en este momento cuando el recuerdo de mi buen amigo Luís, me aparece vívido, doliente, agridulce. Luís, en equilibrio sobre una ola, o quizás suspendidos tú y tu barca de una nube, debes estar sonriendo como solías, socarronamente. Te fuiste un día, desafiando al gran soberano que con una fuerte brisa de levante, nos avisaba a todos de que aquel día las olas estaban predispuestas a engullir incluso a los mejores navegantes, por muy arrogantes y experimentados que estos fueran. Y tú lo eras amigo.
Poseer la mejor barca del puerto, el mejor Laúd de vela latina y llevar el audaz nombre de Atrevida, no pudieron salvar a Luís de naufragar en un oscuro temporal ahora hace ya ocho años.
Un día y otro día, y otro, acuden a mi pensamiento, sus palabras de fuego, su expresión determinada y tozuda, retando a los elementos. Su quehacer obstinado y preciso en plena faena, como un danzante que ha repetido una y otra vez la misma coreografía, semejaba una maquinaria bien engrasada, de una rara belleza, como si hubiera nacido sólo para eso. Sus manos fuertes y esbeltas, sujetaban las redes sin herirlas haciendo que se deslizaran con suavidad. Sus músculos en tensión atentos al palangre y dando órdenes precisas a su fiel ayudante Manuel. Vibraban en sus estertores dentro de las redes, congrios, atunes, doradas, merluzas y una inmensa variedad de pececillos plateados sin nombre, amén de moluscos, estrellas y caracolillos insignificantes. Arrebatada a las profundidades, la variada fauna pugnaba por escapar aturdida y sobresaltada. “Atrevida”, parecía zozobrar inclinándose peligrosamente. Las olas impertinentes la zarandeaban y en algunas ocasiones les daban a entender a los intrusos que se estaban apoderando de lo que no les pertenecía, saltando por encima de la embarcación y arrastrando todo lo que podían. Era entonces cuando Luís desplegaba toda su sabiduría de viejo pescador, manejando certeramente “la mística”, nombre de la vela sutil y elegante, consiguiendo alinearla y equilibrarla, rumbo al puerto. Como si nada hubiera pasado, sonreía con suficiencia y bromeaba con Manuel lanzándole pececillos y conchas que habían quedado arrinconados en el fondo de la barca.
Más tarde, en la lonja, exhibía su captura acompañando la subasta con aspavientos y bravuconadas de quien se siente por encima del bien y del mal.
Ay Luis! Que nuestro dueño y señor no perdona a los soberbios. Cada uno de tus regresos en los que le habías desafiado y te colgabas los laureles de vencedor, deberían provocar en él una amplia sonrisa bordeada de espuma burbujeante. No obstante, estés donde estés querido amigo, seguro que sigues plantándole cara. El mar, la mar….como madre posesiva, ha fagocitado tu energía pero seguro que jamás te hará bajar la cabeza.
Y aquí seguimos los más humildes, respetando el fluir cotidiano de las olas, acompasando nuestra vida al quehacer y los designios de quien permanece, para lo bueno y para lo malo, por encima de nuestros empeños.
EN MEMÒRIA D’UNA SOBIRANA (2)
Hace 16 años
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